Grúa, horizonte y ancla, acá debe haber un puerto; políglotas banderas y olor a saludo muerto.
Y chicas con claramente visibles líneas de sus bombachas bajo impalpables polleras. La del clavel me llevó a su casa.
Me contó del tío gaucho que a facón perdió una mano, y en una caja dorada seguramente estaba la mano.
Deseó que yo fuera otro, me besó y literalmente le tiró manteca al techo y desenchufó la mente.
Y Dios que miraba al mundo por los ojos de los perros hambrientos, reos y ariscos que husmean por este puerto.
Antes del ruido terrible del canto de pajaritos me escapé por la ventana y me crucé con los malditos.
Albañiles lagrimales, bomberos sentimentales, putas sicoanalistas , ternura de criminales.
Un reo recién librado canta un tango con buena gola y baila en el empedrado sus seis años de gayola.
El tipo nació marcado, pichón de héroe o canalla según dicten las mareas: el destino no se calla.
Y Dios se fumaba al mundo a todos menos los perros hambrientos, reos y ariscos que husmean por este puerto.
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