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Jorge Cafrune A ethel rosenberg
Yo no sé si eras o no culpable,

¡ Oh, muerta mía ¡, inesperada.

Sé que eras madre de Mikel y de Robi,

y que, como yo, cantabas.

Yo tuve, como Robi, seis años inocentes,

y, como Mikel, diez de risa despeinada.

Y tuve una madre triste.

Nunca pensé que nadie me la matara.

Nunca pensé que a una monstruosa silla

pudiera estar atada.

Y que le dieran muerte cinco veces,

hasta que de mi se olvidara.

Todo el mundo te sentía inocente,

porque cantabas.

Todo el mundo te había perdonado.

Eras la dulce perdonada.

Tú no habías destruido una ciudad entera,

con hombres, árbol y casa.

Habías revelado, dicen, el secreto de un arma.

Mi madre siempre me alejó de ellas.

Tenía miedo de tocarlas.

Todo el pueblo te había perdonado,

porque cantabas.

Te había abierto las puertas del regreso.

Te había dicho: ¡ anda ¡.

Eras la madre de Mikel y de Robi.

Afuera estaban con paloma y rama.

¡ Creen que te mataron ¡, y no es cierto.

Ya estabas libertada.

Has salido de viaje por el mundo.

Hoy entraste en mi casa.

Te sentaste a mi mesa, sin hablar.

Eres eterna y blanca.